domingo, 14 de febrero de 2016

Capítulo final (XLV): Solo puede quedar uno.


 Capítulo final  
(XLV)

Solo puede quedar uno


  Bienvenidos al capítulo final de este blog. El viaje imaginario a través del tiempo y el espacio que empezó desentrañando los misterios del universo a partir del Big Bang y que contempló la formación de nuestro planeta junto con la asombrosa evolución de la vida sobre su superficie, concluye aquí, y lo hace con nosotros, con los miembros de la especie Homo Sapiens, los únicos supervivientes del género Homo, un linaje antaño muy variado... ¿Qué les pasó a todos nuestros compañeros de género? ¿Y cómo aparecimos nosotros? En este último capítulo intentaré arrojar luz sobre estos misterios y por fín terminar de revelarle al lector todo lo que sabemos acerca de "qué somos y cómo hemos llegado aquí". 

 Durante mucho tiempo se creyó que la evolución del ser humano había consistido en una larga y ordenada secuencia que empezaba con los simios y poco a poco iba escalando a través de peldaños cada vez más evolucionados hasta llegar al fin hasta nosotros, la cúspide de la perfección, la meta última de la vida. También se creía en la existencia de un eslabón perdido, una suerte de "hombre mono" que marcaría claramente la transición entre animales simiescos y seres propiamente humanos. 

 Sin embargo hoy en día sabemos que nada de eso es cierto. La evolución humana es un complejo entramado de ramas que se cruzan entre ellas, se acaban abruptamente o se ramifican en otras. Localizar nuestra historia y sobretodo a nuestros antepasados de entre todas esas ramas evolutivas es algo que todavía no se ha conseguido; aunque eso no quiere decir que no sepamos nada, digamos que se tienen identificados a los principales sospechosos pero que no hay certezas. Tampoco hay una división clara entre seres humanos y no humanos. Los rasgos que nos definen parecen aparecer, desaparecer y reaparecer misteriosamente a lo largo de nuestra evolución. De este modo podemos encontrarnos a criaturas con cerebros respetablemente desarrollados pero provistas de rasgos corporales insospechadamente primitivos, frente a casos completamente opuestos en los que estudiamos a especies que exhiben cuerpos modernos pero cuyos cráneos poseen una capacidad muy reducida. ¿Qué rasgos definen con más fuerza nuestra humanidad? Esa es una pregunta cuya respuesta no se tiene muy clara. Como vemos, a medida que hemos ido estudiando los fósiles de nuestros antepasados, la frontera entre lo humano y lo no humano se ha desdibujado hasta casi desaparecer.

 Algunos paleontólogos han definido la evolución de las distintas especies humanas como una suerte de entretejido mosáico en el cual variopintos tipos de humanos han ido evolucionando en principio en paralelo, para luego cruzarse e intercambiarse genes, mientras que unos se quedaban por el camino y otros evolucionaban en nuevas piezas que añadir al puzzle. Desenredar la madeja de nuestro pasado evolutivo como humanos ha sido todo un desafío para la ciencia, con tantas especies, muchas de ellas conviviendo simultáneamente, no está claro saber quién procreó con quién, quién evolucionó de quién, qué rasgos se heredaron, se cruzaron, mutaron, etc. La receta que nos ha convertido en los actuales homo sapiens no ha sido sencilla, pero en este capítulo podremos arrojar algo de luz.  

 Para más información sobre el enigmático origen del género Homo y la asombrosa historia de sus primeras especies véase el capítulo anterior; más ahora es menester proseguir hacia el desenlace. No obstante dejo a continuación un esquema para que el lector pueda seguir más fácilmente la compleja y confusa trama de nuestra evolución.





   Hace cosa así de unos 600.000 años apareció en África una especie humana que marcó un punto de inflexión crucial en la historia de nuestro género: el Homo heidelbergensis, los evolucionados descendientes de la especie Homo ergaster (aquellos humanos primitivos que decidieron quedarse en el continente africano en vez de salir a explorar y colonizar el Viejo Mundo como hicieron sus inquietos parientes Homo erectus).

 Los miembros de Homo heidelbergensis alcanzaban una capacidad craneal casi moderna de 1.100 centímetros cúbicos (nosotros tenemos de media 1.350-1.400) y sus cuerpos eran prácticamente indistinguibles de los nuestros. Además, se han descubierto restos de hogueras asociados a asentamientos de estos humanos, lo cual nos hace pensar que ya dominaban el fuego. Respecto a su tecnología lítica, los heidelbergensis heredaron el uso del bifaz de sus antepasados ergaster. Los bifaces, también llamados hachas de mano, eran piedras laboriosamente talladas de manera que tuvieran dos filos simétricos. 

Bifaz o hacha de mano.

 Estos artefactos servían prácticamente para cualquier cosa, desde cortar carne a curtir pieles. También sabemos que Homo heidelbergensis era un aguerrido y fornido cazador que usaba enormes lanzas de madera de hasta dos metros de largo para acabar con sus presas. Dada la musculatura de sus brazos, es muy posible que las arrojase a modo de mortales proyectiles. 

  Reconstrucción forense de la anatomía de la cara de un Homo heidelbergensis a partir de su cráneo.  Fuente.

Homo heidelbergensis armado y en cueros. Pese a la imagen, es de esperar que estos humanos ya hubieran empezado a vestirse, sobre todo aquellos que colonizaron la fría Europa. Fuente.
 
  La historia de Homo heidelbergensis, como ya había pasado antaño con Homo ergaster, se vió dramáticamente dividida entre aquellos que decidieron quedarse en África y aquellos otros que decidieron expandirse por nuevos territorios, concretamente por Europa. 

 Los aventureros Homo heidelbergensis que optaron por abandonar su continente natal y asentarse en Europa se toparon aquí con una desagradable sorpresa: el terrible embate de las glaciaciones.

 Desde hace cosa así de unos 2,5 millones de años nuestro planeta parece haber entrado en una especie de esquizofrenia climática que poco a poco va volviéndose cada vez peor. Cada cierto tiempo, pulsos de intenso frío conocidos como glaciaciones hacen avanzar el hielo sobre la superficie de buena parte del hemisferio norte, haciendo bajar el nivel del mar hasta 150 metros y convirtiendo a la Tierra en un lugar más gélido y seco de lo que habitualmente suele ser. Sin embargo, tras lo que se conoce como "máximo glacial", es decir, un momento en cual las temperaturas globales bajan hasta cotas extremas, la situación se revierte y paulatinamente el clima se estabiliza, regresando el calor y obligando a retroceder a las masas de hielo mientras el nivel del mar vuelve a ascender decenas de metros, inundando y recuperando los territorios anteriormente perdidos. Sin embargo, cuando parece que las cosas han regresado a la normalidad, estalla una nueva glaciación y todo vuelve a empezar. Y así una y otra vez, en una suerte de ciclo climático demente. Nosotros ahora mismo vivimos en uno de los "estadios interglaciales", es decir, un periodo cálido entre glaciación y glaciación (la última, que fue especialmente dura, terminó hace tan solo 10.000 años). Si no nos las apañamos para trastornar aún más el clima de la Tierra, las masas de hielo ártico deberían de volver a atacar el hemisferio norte... algún día (que confiemos no nos pille a ninguno de nosotros). 

 Volviendo a nuestra historia, Homo heidelbergensis aterrizó en una Europa trastornada por el intermitente azote de las glaciaciones. Las especies adaptadas al frío iban, venían y se cruzaban con aquellas otras habituadas a temperaturas más templadas, mientras los bosques avanzaban y retrocedían clicamente. Grupos enteros de animales no podían migrar a tiempo y eran aniquilados. En los peores momentos,  un manto de hielo de hasta 3 km de profundidad cubría toda escandinavia, las islas británicas y parte del norte de Francia y de la Europa del este. En las fronteras heladas, se extendía un inhóspito paisaje hoy desconocido y denominado "tundra glaciar". Dicha tundra glaciar ocupaba un gran territorio que abarcaba casi toda Francia, el sur de Alemania y siguiendo hacia el este llegaba a Ucrania. En este tipo de tundra el suelo se pasaba casi todo el año congelado; tan solo en los meses de verano podía descongelarse y permitir la subsistencia de pequeñas y efímeras capas de vegetación. Sería entonces cuando distintos tipos de herbívoros visitarían el lugar para alimentarse y ser perseguidos por los carnívoros que debían de ir tras su rastro, antes de tener que escapar todos de vuelta al sur con la llegada del otoño. La tundra glacial no era un lugar donde el ser humano pudiera vivir. Así que, al igual que hacían el resto de formas de vida europeas, Homo heidelbergensis tenía que refugiarse cíclicamente en los cálidos refugios sureños durante los terribles máximos glaciales, solo para volver a recolonizar los territorios del norte en los templados periodos interglaciales. Es muy posible que tribus enteras quedasen atrapadas y fuesen devoradas por el hielo al repetirse el siguiente pulso glacial. 

Europa durante la última glaciación. En blanco el casquete de hielo, y en marrón la tundra. Fuente.


 Estas rigurosas condiciones de vida hicieron evolucionar al Homo heidelbergensis, modelando su psique y su fisonomía para dar nacimiento a una nueva especie humana, Homo neardenthalensis, más conocido como "el hombre de neardental", o simplemente "los neardentales".



 Los neandertales pueden verse como una versión alternativa de la humanidad moderna. Sus cerebros eran más grandes que los nuestros: ellos tenían de media una capacidad craneana de unos 1.550-1.600 centímetros cúbicos, mientras que recordemos que la nuestra ronda en general los 1.350-1.400 c.c.. De hecho los neardentales ostentan el récord de haber tenido el cerebro más grande de todas las especies humanas que han existido. Ello sin embargo no los hacía necesariamente más inteligentes que nosotros, pues también nos superaban en corpulencia. Las estadísticas nos dicen que de promedio medían 165 centímetros de altura y pesaban algo más de 80 kilos. Los neardentales eran gentes achaparradas y extremadamente fornidas. Los restos de sus huesos, más densos y pesados que los nuestros, nos muestran huellas de inserciones de tendones y músculos grandes y poderosos. Un neandertal adulto desnudo luciría el aspecto de un culturista moderno. Además, sus brazos y piernas eran más cortos que los nuestros, mientras que su torso era más ancho, dotándoles de una figura compacta. Ello era sin duda una buena adaptación para el frío: cuanta menos superficie corporal se tiene menos calor se pierde (los humanos modernos que viven en África tienden a ser altos y espigados justo por ese motivo, en su caso para poder refrigerarse más eficazmente).
 
Comparativa corporal sapiens-neandertal. Fuente: "Breve Historia de los Neardentales", por Fernando Diez Martín, editado por Nowtilus.



Respecto a su cráneo y el nuestro, las diferencias son si cabe todavía más marcadas. Su cabeza se parecía a un balón de rugby, con la frente echada hacia atrás y la nuca extendida formando lo que se conoce como "moño occipital". Además, sobre los ojos tenían una suerte de "cejas de hueso" conocidas como "toro supraorbitario", un rasgo que todas las especies humanas han compartido, todas menos la nuestra. Por último, se ha descrito su rostro como una curiosa "cara de velocidad" por estar extrañamente proyectada hacia delante, especialmente la mandíbula, la cual carecía de mentón.

Comparativa craneal sapiens-neandertal. Fuente: "Breve Historia de los Neardentales", por Fernando Diez Martín, editado por Nowtilus.





Ahora bien, hay una pregunta que se ha quedado en el aire... ¿eran los neardentales más inteligentes que nosotros? ¿o al revés? Para intentar responder a esta pregunta, los científicos han tratado de servirse de un concepto llamado "cociente de encefalización", que básicamente lo que hace es considerar la masa cerebral en proporción al peso corporal (recordemos que los neandertales tenían cerebros mayores pero a cambio pesaban también más). Según este criterio, nosotros marcamos un 5,3 frente al 4,8 de los neardentales... ¿Nos hace eso realmente más listos? En realidad el cociente de encefalización es un acercamiento demasiado impreciso al problema como para permitirnos darle una respuesta definitiva, pues piense el lector que no solo debemos de tener en cuenta el tamaño del cerebro, si no también su organización interna. Un modo más complicado pero más seguro de intentar arrojar luz sobre este enigma es visitar el día a día de los neardentales, la especie humana extinta de la que más sabemos gracias al enorme número de restos suyos que hemos descubierto.



  Amanece en un día de primavera hace 60.000 años. Nuestro protagonista, un joven varón neardental, se despierta en un lecho de hojas y paja. El campamento en el que convive con su tribu se haya en medio de la estepa, pero el viento no le puede golpear. Hace semanas, cuando se instalaron allí, construyeron un muro circular de piedras sobre el cual instalaron una barrera a base de pieles sujetas con palos, protegiendo de este modo al campamento del gélido viento. Además, se mantienen encendidas varias hogueras para que nunca falte el calor. Nuestro neandertal, tras calentar al fuego unas sobras de la noche anterior a modo de desayuno, se pone a trabajar en su principal habilidad, la fabricación de herramientas de piedra. Aunque él no lo sabe, hace miles de años sus antepasados desarrollaron una nueva tecnología, la "Técnica Levallois", que consiste en preparar un núcleo de roca cuidadosamente seleccionado para a continuación "pelarlo", es decir, golpearlo con un percutor haciendo muescas a lo largo de su base y todo su contorno. Una vez preparado el núcleo de este modo, se le propinaba golpes más fuertes y más precisos desprendiendo afiladas lascas a lo largo de cada una de las melladas partes de su superficie. Para cuando el núcleo al fin se agotaba, habían podido obtenerse de él un buen número de lascas. Dichas lascas podían o bien usarse sin más, o bien retocarse si se les quería dar un uso especial.
 
Fuente.


Fuente.


Los suyos también poseen bifaces, aunque son casi una venerada reliquia del pasado más que algo realmente funcional, de hecho aquellos que tienen son aparatosamente grandes para el caso de que auténticamente quisieran usarlos alguna vez; tan solo se trata de objetos de exhibición. Volviendo al trabajo, no todos los tipos de piedra podían utilizarse del mismo modo, algunos son muy duros o demasiado quebradizos y solo se puede obtener de ellos resultados muy pobres, simples herramientas de usar y tirar, pero nuestro joven tiene entre sus manos un núcleo de sílex de primerísima calidad, con lo cual le dedica un buen rato hasta que obtiene varias decenas de lascas, las cuales por su gran fineza se guardarán y transportarán como un tesoro. Deja unas para usarlas directamente y otras las personaliza a su gusto con diferentes fines: raer, clavar, cortar, etc. Luego, escoge una lasca y decide enmangarla. Usando resinas especiales como pegamento y fibras vegetales para encordarla, une el utensilio de sílex a la punta de una gran lanza de madera, consiguiendo de este modo un arma potente y mortal. Durante la tarde sale a cazar con sus compañeros. Recorridos unos kilómetros, hablando entre ellos se coordinan para perseguir a un ciervo gigante (Megaloceros giganticus).

Megaloceros giganticus, con 2 metros de alto, 3 de largo y unos 600 kilogramos de peso, por no hablar de su espectacular cornamenta, no debía de ser una presa fácil.


Tal y como han acordado, lo rodean en silencio y lo atacan con sus lanzas. La bestia carga desesperada contra uno de los cazadores y lo cornea salvajemente, matándolo en el acto. Nuestro protagonista, gritando como un poseso, arroja su arma contra el monstruoso rumiante y se la clava mortalmente en el cuello ante los vítores de sus compañeros, que acuden a rematar al animal. Sin embargo es una victoria agridulce, han perdido a un compañero muy fuerte y muy querido. Más no hay tiempo de lamentarse y llorar. Cuidadosamente destripan y descarnan al ciervo caído gracias a las nuevas y afiladas lascas de nuestro protagonista. Unos transportan la carne, otros cargan al muerto. De vuelta al atrincherado campamento, les recibe gravemente el anciano de la tribu. Es tuerto, manco, cojo y casi sordo, pero todos cuidan de él debido a su gran sabiduría, puesto que a su avanzada edad de 45 años ha vivido muchas cosas y es poseedor de arcanos conocimientos. El anciano les felicita y a la vez les consuela. Depositan al camarada caído en un rincón del campamento. Aquella noche todos juntos se reúnen en torno a la hoguera principal, pero no para cocinar la carne de la presa que han cazado a un coste tan alto. Dicha carne será secada y guardada para el futuro. El protagonista ese día es su compañero fallecido. El sabio anciano, con la cara pintada de color rojo, dirige ceremoniosamente la operación de despiece. Se separa la carne de brazos y piernas, se abre el cráneo y se saca el cerebro, incluso se raja la mandíbula y se corta la lengua. Todos trabajan en silencio, honrando a su viejo amigo, cuyos restos devorarán incorporando su esencia a si mismos. Al comer su cerebro, alojaran parte de su espíritu en ellos mientras que al comer su carne y órganos adquirirán una porción de su fuerza y energía vital. Los restos son arrojados fuera del campamento. El día termina y todos se retiran cansados a sus lechos mientras el viento aulla y golpea furioso las maderas y pieles protectoras del refugio. Deben de descansar bien para poder sobrevivir a la jornada siguiente, que no será menos intensa. 



 Lo que acaban de leer no es simple especulación, se tienen pruebas arqueológicas de todo: la construcción de campamentos, la caza organizada, la tecnología lítica, la fabricación de herramientas compuestas, la selección de materias primas de calidad, el uso de pigmentos corporales, el hecho de cuidar a ancianos con todas las incapacitaciones mencionadas en el relato reunidas, la posesión de un lenguaje, el canibalismo... Lo único que no sabemos y que ha brotado enteramente de mi imaginación son sus motivaciones, en especial el hecho de que se comieran a miembros de su propia especie. Mencionado esto, debo de indicar que también se han descubierto un buen número de tumbas neardentales en las cuales el muerto, lejos de ser devorado, era cuidadosamente colocado en una fosa o nicho. En concreto es famoso el caso de una pareja de fallecidos que fueron enterrados hechos un ovillo y tumbados uno junto al otro, aunque también ha habido hallazgos de cuerpos inhumados junto con ofrendas, sepultados bajo lechos de piedras o con almohadas de hojas en la cabeza. Volviendo al canibalismo, este podía tener un fin ritual como ha ocurrido en distintos casos en nuestra propia especie, o quizá por contra ser fruto del hambre, o casi peor, del odio hacia tribus rivales. Como muchas otras cosas, probablemente nunca lo sabremos.


Un cazador neardental. Fuente.

Maqueta recreando la construcción de un campamento neardental en el yacimiento de La Folie, Francia. Fuente.


Máxima extensión del territorio neardental. Fuente.



¿Pero qué hay de los Homo heidelbergensis que se quedaron en África? ¿Que les ocurrió? También evolucionaron, pero de otra manera... Llegados a este punto no quiero engañar al lector, en verdad no se sabe lo que ocurrió, tan solo se tienen las dos siguientes pistas:

- Hace unos 300.000 años aparece una versión modernizada de Homo heidelbergensis, que algunos investigadores bautizaron atrevidamente con el nombre de una especie nueva: Homo rhodesiensis. Con entre 1280 y 1325 cm³ de capacidad craneana, se acerca muchísimo a nosotros, aunque sus rasgos siguen siendo arcaicos (frente echada hacia atrás, toro supraorbital, robustez del cráneo, etc...).

Cráneo de, o bien un Homo heidelbergensis evolucionado, o bien el misterioso e hipotético Homo rhodesiensis. Fuente.




- Hace 200.000 años aparece Homo sapiens, quizá divido en dos subespecies. Introduzco esta complicación debido al descubrimiento de lo que ha sido bautizado como Homo sapiens idaltu, una versión nuestra pero con rasgos arcaicos y a la cual nos contrapondríamos nosotros mismos (usted y yo), es decir, Homo sapiens sapiens. Para añadir todavía más confusión, los restos de Homo sapiens idaltu datan de hace 158.000 años, mientras que los nuestros más antiguos se establecen en los anteriormente citados 200.000 años. Esto nos lleva a la pregunta de ... ¿cuantas subespecies de Homo sapiens llegaron a coexistir? O quizá solo hubo una especie y de repente algunos rasgos arcaicos asomaron en ciertos individuos... ¿Pero porqué? Homo heidelbergensis en teoría ya estaba extinto cuando nosotros llegamos (su fin coincide con nuestra aparición), con lo cual no pudimos cruzarnos con él... misterio sobre misterio.



 En suma, todo parece indicar que evolucionamos de alguna manera a partir de Homo heidelbergensis, aunque los detalles aparecen perdidos en la penumbra. En cualquier caso, el análisis de nuestro ADN mitocondrial ha revelado que nuestros orígenes son africanos. Por si el lector ha torcido el gesto, le aclaro que el ADN mitocondrial se encuentra en los mitocondrias, que son los orgánulos de nuestras células encargados de producir la energía que nos mueve, y que además tiene la especialidad de mutar muy poco y transmitirse solo entre mujeres, con lo cual permitió descubrir a la "eva mitocondrial", la mujer de la que todos descendemos y que efectivamente habitó en el continente negro hace unos 200.000 años, coincidiendo con la aparición de nuestros primeros fósiles. 



 Y luego están los denisovanos. ¿Pensaban realmente que el misterio y la complicación terminaban aquí? Pues no. En 2010 se encontró en una cueva de Denisova (una región a sur de Siberia) lo que parecía ser un fragmento fosilizado del dedo de un niño humano. El análisis genético rompió los esquemas de todos los científicos y se ganó un titular en los medios de información de la época: aquel dedo pertenecía a una nueva especie humana, a la que provisionalmente se bautizó como Homo denisoviensis (nombre aún no confirmado). Los denisovanos, fuesen quienes fuesen, demostraron tener un antepasado común con nosotros hace 800.000 años y con los neardentales hace 650.000 años, siendo no obstante distintos en comparación con ambas especies. 


 Como no podemos clonarlos ni hemos encontrado más restos suyos, ignoramos cual era su aspecto, solo se sabe que entre hace 50.000 y 30.000 años aún estaban vivos, pues a esa franja de tiempo pertenece el fragmento de dedo descubierto. ¿Quienes eran y que hacían allí? Hay teorías para elegir, pero la más aceptada es que, nadie sabe como, un tercer grupo de humanos avanzados evolucionó a partir del primitivo Homo ergaster (véase gráfico) y abandonó África para colonizar Eurasia, conviviendo allí con nosotros y con los neardentales. ¿Como se sabe esto último a partir del solo hallazgo de un trozo de dedo? Porque hubo cruce (la palabra que me viene a la mente es fornicación, pero este es un blog refinado y no puedo expresarme así). El flujo genético con los neardentales fue de un 5 %, mientras que los humanos actuales no africanos tienen entre un 0,5 y un 8 % de genes denisovanos. Por otro lado, todos los humanos modernos no africanos tienen aproximadamente un 4 % de genoma neandertal (obviamente los que se quedaron en África nunca pudieron participar en la fiesta). Así es, neandertales, sapiens y denisovanos intimaron unos con otros e intercambiaron algunos puñados de genes a lo largo y ancho de Eurasia. 

 Pintado este asombroso y libertino escenario, debemos ahora de precipitarnos hacia el desenlace, del cual nosotros somos protagonistas.

 Homo sapiens, tras su misteriosa aparición en África, poseía un comportamiento y una tecnología asombrosamente parecida a la de los neardentales (técnica levallois, al parecer descubierta independientemente, discretos enterramientos de los fallecidos, ausencia de manifestaciones artísticas claramente reconocibles...). Hace unos 120.00-100.000 años, en una época de bonanza climática, iniciamos una tímida expansión por oriente próximo. Allí nos encontramos por vez primera con nuestros primos los neandertales. ¿Que pensaríamos unos de otros? ¿Fue pacífico el encuentro? Son preguntas que añadimos a nuestra colección de enigmas. Lo que esta claro es que hubo algún que otro amor prohibido, como prueba el 4 % de genes neandertales que euroasiáticos y americanos llevamos encima. Sucediese lo que sucediese, la situación se terminó torciendo para nosotros. Un brusco cambio climático trajo aridez a toda aquella área y aquellos primeros expedicionarios sapiens o bien migraron o bien murieron, pero el caso es que desaparecieron de oriente próximo. Las poblaciones neandertales, si bien igualmente afectadas, se mantuvieron. 

 Sin embargo no solo había fracasado nuestra primera tentativa expansionista, pronto sucedió algo todavía más terrible. Hace unos 70.000 años, en la lejana isla indonesia de Toba, explotó un volcán. No fue una explosión cualquiera; con unos 24 megatones fue 1.600 veces más fuerte que la explosión nuclear que arrasó la ciudad japonesa de Hiroshima, y 100 veces más poderosa que la detonación del Monte Tambora en 1816 y que provocó "un año sin verano" a nivel mundial.


El holocausto volcánico de Toba casi nos borra del mapa. Fuente.


 Lo que popularmente se conoce como "la catástrofe de Toba", pudo liberar hasta 10 mil millones de toneladas de ácido sulfúrico y 6 mil millones de toneladas de dióxido de azufre en la atmósfera, depositando una capa de cenizas desde el Mar de Arabia hasta el Mar de China y  generando un invierno volcánico de entre 6 y 10 años (ocurre que las cenizas volcánicas reflejan la luz del sol, impidiendo que la superficie de la Tierra se caliente adecuadamente). También se piensa que desató un episodio de enfriamiento global de unos 1.000 años. Las distintas especies humanas existentes en el planeta tuvieron que apretarse severamente el cinturón, y la nuestra en particular estuvo al borde mismo de la extinción. Se especula con que solo entre 1.000 y 10.000 parejas reproductoras de Homo sapiens sobrevivieron sobre la faz del planeta. Este cuello de botella demográfico es el responsable de que hoy en día todos los humanos del planeta seamos asombrosamente parecidos desde un punto de vista genético, a fin de cuentas todos somos descendientes de los supervivientes de la catástrofe de Toba.  

  Por algún extraño motivo, aquel incidente pareció cambiarlo todo para nosotros. ¿Pudo la crisis afianzar la cohesión de los grupos sapiens? ¿Afilarse sus mentes debido a la necesidad? Fuese cual fuese el motivo, los supervivientes prosperaron e iniciaron una nueva ola de expansión a nivel planetario, y esta vez nada ni nadie pudo detenerlos.


Homo erectus desaparece hace 70.000 años, sospechosamente coincidiendo con nuestra llegada a Asia. Los neardentales aguantaron en Europa hasta hace unos 28.000 años. Fuente.



 En Eurasia, hará cosa así de unos 35.000 años, se toparon con neandertales y denisovanos. Las tres especies coexistieron y como hemos visto hubo más que simple cordialidad entre algunos de ellos. El Homo sapiens que aterriza en la Europa dominada por los neardentales posee algo que nunca hasta entonces se había visto en la Tierra: una cultura artística. En efecto, se adorna con collares de conchas, pinta en las cuevas, talla pequeñas figuritas con marfil o arcilla... ¿Por qué? ¿Que le había ocurrido a las mentes de nuestros antepasados? ¿Acaso de repente la capacidad de abstracción simbólica había estallado en nuestros cerebros? De nuevo, no hay respuestas claras. 


Figura de un león humanoide, hallada en Alemania hace 40.000 años. Fuente.


 Nuestra tecnología también progresó, inventándose el "Auriñaciense". Dicho complejo tecnológico-cultural, no solo incluye el desarrollo artístico, sino también la elaboración de complejos utensilios empleando todos los materiales disponibles: arpones o agujas de marfil, refinados cuchillos de piedra, puntas de flecha, propulsores de jabalinas... 

 ¿Que podían contraponer los neardentales frente a esto? Aquí el misterio se hace si cabe más profundo, pues por aquellas fechas los neardentales inesperadamente también empiezan a adornarse con collares de cochas (aunque trabajándolos a su propia manera), e igualmente implementan su tecnología, creando el "Châtelperroniense", la técnica más desarrollada que nunca llegaron a manejar, con la fabricación de cuchillos curvos, filos denticulados, aprovechamiento más intensivo de la madera, uso de buriles (un tipo de cincel), punzones de hueso, horquillas, bastoncillos, etc. Incluso se decoraron algunas herramientas con trazados geométricos. 

 Dada la complejidad del Châtelperroniense, todavía hoy en día muchos investigadores se resisten a asociarla a los neardentales y piensan que en realidad es de factura sapiens. No obstante cada vez se acumulan más indicios que apuntan a que los neandertales no sólo estaban detrás del Châtelperroniense (descubierto entre el sur de Francia y el norte de España), sino también de otros complejos tecnológicos y culturales que se han ido descubriendo en los distintos territorios europeos que controlaban. 

  Desde mi punto de vista no sé porque todavía nos empecinamos en subestimar a gentes de cerebro comparable al nuestro y que habían sobrevivido bravamente a los rigores de varias olas glaciares. No en vano, mientras los Homo sapiens europeos (conocidos popularmente como hombres de cro-magnon o cromañones) hacían grafitis en cuevas y esculpían ídolos, nuestros homólogos africanos no hacían nada de eso... ¿Es posible que neandertales y Homo sapiens africanos se expresasen culturalmente de un modo distinto que no ha dejado vestigios para la arqueología? Por otro lado... ¿nos copiaron los neardentales al adornarse con collares, o en realidad les copiamos nosotros? La investigación por encontrar la pieza de arte más antigua y saber quién la creó aún prosigue.

 Sin embargo hay un hecho claro e inapelable: al poco tiempo de que irrumpiéramos en Europa, las distintas poblaciones neandertales fueron poco a poco replegándose, desapareciendo, muriendo. 

 Incluso su tecnología final pareció involucionar, como si hubieran perdido su espíritu creativo. La Península Ibérica fue su último refugio. Hace 28.000 años los últimos supervivientes se apiñaban recluidos en el sur de España. Eran una sombra de lo que sus ancestros habían sido cuando su linaje se extendía por buena parte de Eurasia. Me pregunto si el último neandertal vivo llegó a saber alguna vez que él era todo lo que quedaba de su especie, y que con su muerte desaparecería para siempre el Homo neardenthalensis del planeta Tierra.

 Todos nos hacemos la misma pregunta. No hay pruebas de que hubiera violencia o de que protagonizásemos un terrible genocidio (más bien un xenocidio). La teoría más aceptada es que neandertales y sapiens competían por los mismos recursos y que simplemente nosotros lo hicimos mejor. Es muy probable que nuestra mayor complejidad social y nuestra exuberante creatividad nos dieran las cartas ganadoras. 


 Sea como sea, allá donde fuimos las otras especies humanas desaparecieron. Los denisovanos cayeron tras nuestro paso, y también los últimos Homo erectus, humanos toscos y primitivos que de alguna manera sobrevivían en el lejano oriente y cuya imagen debió de resultar sorprendente y a la vez perturbadora para nuestros antepasados cuando se toparon con ellos hace 70.000 años (justo el momento en que Homo erectus se extingue... en mi opinión demasiada casualidad). Los hobbits, es decir, los miembros de la especie Homo floresiensis, una versión enana de erectus, fueron los que más duraron. Recluidos como estaban en la pequeña isla indonesia de Flores, los hobbits resistieron hasta hace tan solo 12.000 años (hay quién se plantea que aún pueda quedar algún grupo bien oculto en las selvas de la zona, aunque por supuesto no hay ninguna prueba sólida de ello, más allá de rumores y leyendas).

 En definitiva solo hemos quedado nosotros. De todas las especies humanas que ha habido en el planeta, y han sido muchas, ahora solo queda una.

 Toda la responsabilidad de mantener encendida la llama de la humanidad recae ahora en nosotros. Sin embargo nuestro poder ha llegado tan alto que ahora está en juego la supervivencia, no solo de nuestra especie, sino de casi toda la vida sobre el planeta, algo que nunca había ocurrido desde que se produjera la catástrofe del oxígeno hace 2.8000 años (aunque aquello terminó bien, véase el capítulo XX).


 Nuestra mente todavía tiene puesto un pie en el rol de un cazador-recolector que lucha por los recursos y junto/contra las tribus vecinas, sin importarle que ahora hagamos cosas como manejar ordenadores o construir drones de guerra. Podemos estar twiteando o posteando en facebook, pero una parte de nuestro interior aún está dentro de la tribu, construyendo lazos sociales indispensables para la supervivencia mientras a la vez trata de prevenirse contra las amenazas que los demás pueden representar para nosotros. Antes pensábamos en la gente del valle de al lado con una mezcla de curiosidad y recelo, y ahora hacemos lo mismo con los de otro país u otra cultura. 

 Muchos han caído en este peligroso juego al que se nos ha forzado a participar. Tenemos bastante que ganar, pero todo que perder. El legado de las otras especies está ahí, lo mismo que nuestra propia historia. Para que todos aquellos que nos han antecedido no hayan muerto en vano, aprendamos de la experiencia y demos lo mejor de nosotros mismos, tanto como individuos, como especie. Aún no es tarde. Si bien nosotros mismos somos un enemigo como mínimo igual de formidable que las glaciaciones o las explosiones volcánicas colosales, estoy convencido de que podemos conseguirlo.




- FIN -
 


Bibliografía: 

Breve Historia de los neardentales, por Fernando Diez Martín, editado por Nowtilus.

- El collar del neandertal, por Juan Luis Arsuaga, editado por De Bolsillo. 

- Breve Historia del Homo Sapiens, Fernando Diez Martín, editorial Nowtilus.



Nota especial: 

 Al comienzo de este blog anuncié que hablaría de la historia del universo, de la vida, y del ser humano. Solo he cumplido con las dos primeras partes; el motivo es que me parece que la historia de la humanidad se merece un blog aparte. Por el momento voy a centrarme en otros proyectos, con lo cual ignoro cuando nacerá dicho blog, pero ya tengo pensado su nombre: "Toda la Historia". Me pareció un nombre adecuado, pues muchas veces no se nos cuenta toda la historia acerca de nuestro pasado o no se sabe hacer bien. Cuando exista, aparecerá anunciado en este blog, así como en el otro que aún mantengo con vida aunque avance muy lentamente: "Las Crónicas de Ivo". 

 Finalmente debo de dar las gracias a todos los amigos que me han aconsejado, y que muchas veces han tenido que soportar mis retrasos cuando se me iba el tiempo escribiendo aquí. Y por supuesto a vosotros los lectores, sin vuestra paciencia y curiosidad esto no tendría seguido. Seguid leyendo y nunca perdáis el deseo de saber más.